martes, 16 de abril de 2013

¿Invertir en Vocaciones Nativas?



OBRA PONTIFICIA SAN PEDRO APÓSTOL
Vocaciones Nativas

A partir del Concilio Vaticano II se han producido una serie de frutos misioneros entre los que es preciso significar, con motivo de la Jornada de Vocaciones nativas, la multiplicación de las Iglesias locales provistas de Obispo, clero y personal apostólico propio. En los últimos años es muy sensible el rápido crecimiento de laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos autóctonos que, llamados por Dios a sus servicio en la Iglesia asumen la responsabilidad de la evangelización en sus respectivos países de origen, e incluso entro lugares de la Iglesia universal. La Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa se refiere a este hecho, como un indicador de la consolidación de la Iglesia en África:

“En casi dos siglos el número de católicos en África haya crecido rápidamente constituye por sí mismo un resultado notable desde cualquier punto de vista. Elementos como el sensible y rápido aumento del número de las circunscripciones eclesiásticas, el crecimiento del clero autóctono, de los seminaristas y de los candidatos en los Institutos de vida consagrada y la progresiva extensión de la red de catequistas, cuya contribución a la difusión del evangelio entre las poblaciones africanas es bien conocida confirman, en particular, la consolidación de la Iglesia en el continente. De fundamental importancia es el alto porcentaje de obispos nativos, que constituyen ya la jerarquía en el continente” (n. 38).

Desde los tiempos apostólicos la Iglesia se ha ido haciendo presente en cualquier parte del mundo, en una primera instancia, por el anuncio del Evangelio realizado por quienes han sido llamados y enviados a hacer presente, con la palabra y el testimonio, el amor de Dios.

Puede constatarse que en estas Iglesias nacientes un cierto número de sacerdotes nativos, de religiosos y religiosas y seglares comprometidos en las tareas propias de la Iglesia está asumiendo la responsabilidad evangelizadora y pastoral de estas comunidades cristianas, aunque este número sea aún claramente insuficiente.

A pesar de los avances constatados en el anuncio del Evangelio y del incremento de la Iglesia en estos países donde las Iglesia locales se han ido multiplicando, es necesario constatar las enormes dificultades que estas Iglesias locales y en formación han de vencer para poder vivir y celebrar el Misterio de la fe que Dios les ha entregado a través de los misioneros que vinieron de fuera. Muchas de estas Iglesias, situadas con frecuencia en las regiones más pobres del orbe, se ven todavía en la mayoría de los casos necesitadas de una mayor cooperación de las Iglesias hermanos tanto de personas consagradas como de laicos comprometidos, además de recursos económicos y materiales. Ya lo recordaba el Concilio Vaticano II en su Decreto misionero:

“Tienen [estas Iglesias locales] suma necesidad de que la continua acción misional de toda la Iglesia les suministre los socorros que sirvan, sobre todo, para el desarrollo de la Iglesia local y para la madurez de la vida cristiana” (AG 19).

Como sucedió en los inicios de la Iglesia, estas Iglesias están llamadas, desde su pobreza y desde su debilidad, a asumir la responsabilidad de su propia misión evangelizadora tanto en el ámbito misionero como catequético y pastoral. Son ellas las que deben organizar su propio plan de acción pastoral en orden a su crecimiento y maduración en cuanto Iglesias locales, evangelizando la propia cultura, a través de la enculturación de la fe, y promoviendo el anuncio del Reino. Hacia esta madurez de la fe deben caminar las Iglesias jóvenes.

Esta iniciativa de cooperación misionera comienza su singladura ante las necesidades de ayuda para el clero indígena. Por ello destaca la necesidad de promover y ayudar los candidatos al sacerdocio, porque como decía recientemente Benedicto XVI:

“no hay crecimiento verdadero y fecundo dentro de la Iglesia sin una auténtica presencia sacerdotal que la sostenga y que la alimente” (Benedicto XVI, 14-II-2011).

La iniciativa de Juana Bigard, con su carisma fundacional de esta obra, es expresión y ejemplo prototípico de lo que representa un carisma en la vida eclesial: es un don especial, recibido del Espíritu Santo, que se recibe no como beneficio o privilegio propio, sino como un medio para la edificación de la Iglesia; a su vez la edificación de la Iglesia tampoco es para sí misma sino para el cumplimiento de la misión que ha recibido, es decir, para servir al Dios Trinidad que se revela ofreciendo la salvación a la familia humana.

El Estatuto de las Obras Misionales Pontificias, en su actualización del 26 de junio del año 2005, ratifica que esta Obra Pontificia tiene “como objetivo prioritario mantener la importancia de la apostolicidad en la misión y la necesidad de que cada Iglesia particular pueda formar, en su propio contexto espiritual y cultural, el personal religioso propio y, en concreto, a los ministros ordenados. Su campo de actuación no reside exclusivamente en el sostenimiento económico, sino que se enraíza en la oración y en la vida inspirada por la fe” (n. 13).

Su finalidad es diversificada por la normativa de los Estatuto en los siguientes objetivos:

a) utilizar los recursos espirituales, especialmente la oración y el sacrificio, para obtener del «Dueño de la mies que envíe operarios a su mies» (Mt 9, 38);
b) sensibilizar al pueblo cristiano acerca de la necesidad del incremento de las vocaciones y de la importancia de la formación del clero local en las Iglesias de los Territorios de Misión, para poder después enviarlos a colaborar en otras Iglesias hermanas (Cfr Cooperatio Missionalis, 4.);
c) contribuir a la promoción del clero en las Iglesias de los Territorios de Misión, sirviéndose incluso de los fondos obtenidos para la creación de becas de estudios, ayudas para pensiones, cuotas y otras donaciones, haciendo así viable la erección y desarrollo de numerosos seminarios mayores, propedéuticos y menores, tanto diocesanos como interdiocesanos;
d) ayudar en la formación de aspirantes a la vida consagrada en las Iglesias de los Territorios de Misión”.

Por eso las razones que avalan la cooperación con la Obra Pontificia San Pedro Apóstol son más eclesiológicas que sociológicas: el dinamismo misionero que arranca del testimonio y del anuncio debe apuntar a la convocatoria de una comunidad eclesial que se alimente de la savia y de la tradición de la cultura de los nativos. De este modo la catolicidad de la Iglesia se expresa desde la realidad de la experiencia y la capacidad salvífica del Evangelio que se expanda hasta la transfiguración de la creación entera.

Jesús, después de escoger a sus discípulos, les encomienda su misma misión que en unas circunstancias especiales tiene la indicación del “Dadles vosotros de comer” (Mt 14,16), y que alcanza su máxima expresión en el “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).
El lema “Señal de Esperanza” que la Dirección nacional de Obras Misionales Pontificias propone a la Iglesia en España para vivir la Jornada misionera de Vocaciones nativas el próximo 28 de abril campaña, nos alienta a colaborar con ésta.

La Obra Pontificia San Pedro Apóstol, como cualquiera de las Obras Misionales Pontificias, forma el Fondo Universal solidario para atender las necesidades de Seminarios y Noviciados. Cada una de las Direcciones nacionales pone a disposición de la Secretaría General las aportaciones de los fieles de su respectivo país. Este Fondo es la “caja común” en la que los donantes ponen sus limosnas en la certeza de que posteriormente se realiza una distribución justa y equitativa entre los Seminarios y Noviciados, y de que estas asignaciones llegan en su integridad y con la urgencia de sus necesidades.

Los responsables de la cooperación con tantos seminaristas y novicios, que extienden su mano solicitando ayuda, sugieren diversas formas para hacer realidad el carisma de Juana Bigard:

1. La oración: La prioridad de la oración no es un subterfugio alternativo a la actividad misionera sino un elemento sustancial a la vida del cristiano y de la comunidad.
2. El sacrificio: La ofrenda del sufrimiento a Dios ha sido ampliamente justificada por Benedicto XVI en su última Encíclica Spe salvi.
3. La limosna: Ante las frecuentes resistencias de algunos responsables de las comunidades parroquiales para promover la cooperación económica el Decreto conciliar Ad Gentes recuerda que los presbíteros no deben avergonzarse de pedir limosna, sino que se han de hacer como mendigos por Cristo y por la salvación de las almas (AG 39).
4. La cooperación personal: La donación personal total y perpetua es prioritaria en la obra de las misiones, que se desarrolla con hombres y mujeres consagrados a Dios, dispuestos a ir donde hiciere falta. Por eso Juan Pablo II apostilla: “La promoción de estas vocaciones es el corazón de la cooperación (RM 79). Las vocaciones misioneras son signo de vitalidad de una Iglesia.

En nombre de tantas vocaciones que, con la ayuda de todos, pueden culminar su procesos de formación y discernimiento vocacional Obras Misionales Pontificas quiere hacer llegar su gratitud a los miles de cristianos anónimos que aportan su donativos para estos Seminarios y Noviciados.

Dirección diocesana de O.M.P.