ALOCUCIÓN DE MONSEÑOR JOSÉ MAZUELOS EN SU ORDENACIÓN EPISCOPAL Y TOMA DE POSESIÓN COMO NUEVO OBISPO DE LA DIÓCESIS DE ASIDONIA-JEREZ
Santa Iglesia Catedral. Sábado 6 de junio de 2009
1.- En este momento en el que, por mi ordenación episcopal, he ingresado en el Colegio Apostólico debo, en primer lugar, bendecir a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que me ha elegido y destinado en la persona de Cristo para desempeñar con la gracia del Espíritu Santo esta gran misión (Ef 1, 3-10). No tengo palabras para manifestar el amor y la misericordia de Dios, a quien no ha importado mi debilidad para confiarme tan gran tesoro. Al igual que Pedro, sólo puedo decirle: “Señor tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (Jn 21,17).
2.- Igualmente quiero expresar mi gratitud al Santo Padre por la confianza que ha depositado en mí, al encomendarme el cuidado de esta parcela de la Iglesia de Jesucristo de Asidonia-Jerez. Deseo manifestar públicamente mi plena y total comunión con su persona y su ministerio apostólico, mi admiración por su entrega a la verdad, su valentía a la hora de proclamar el Evangelio y su amor a todos los hombres, especialmente a los más desfavorecidos.
3.- El Señor ha realizado esta obra a través de la imposición de manos. Dirijo mi agradecimiento al señor cardenal D. Carlos Amigo, mi obispo, que me ordenó presbítero y del que hoy he recibido la ordenación episcopal. A cada uno de los obispos consagrantes, al señor Nuncio mi estima, mi aprecio y mi agradecimiento por todo. Agradezco a D. Juan del Río, con el que me unen vínculos particulares desde mi estancia en el seminario, la amistad y el afecto demostrado siempre. Vaya también mi reconocimiento al cardenal D. Pedro Rubiano, no sólo por estar aquí mostrándome su afecto, sino por representar a la Iglesia de Colombia, en la que tuve la suerte de dar mis primeros pasos sacerdotales, y de la que aprendí la entrega y, sobre todo a saborear, la providencia divina. Gracias, señor cardenal, también por esa riqueza de vocaciones a la vida contemplativa que compartís con nosotros y que son siempre un estímulo, un aliento y un motivo más de alabanza a Dios. No puedo olvidar a D. Juan José Asenjo, por su fraterna acogida, su disponibilidad y su ánimo a lo largo de toda la preparación al episcopado. Envío mi saludo fraterno y mi gratitud a los Obispos de las Provincias Eclesiásticas de Sevilla y Granada y a todos los Obispos concelebrantes.
4.- Quiero expresar mi gratitud a todos aquellos que han sido fieles instrumentos del Señor para mostrarme su amor. En primer lugar a mis padres, de los cuales he recibido el don más precioso de la vida y de la fe cristiana. A mis hermanos, entre los que incluyo a José María y Alicia, que me han asistido y ayudado siempre con humildad y discreción. Doy las gracias a todos los amigos y paisanos de Osuna por acompañarme en estos momentos. Todos ellos tienen mucho que decir en mi biografía. Pido a todos que me tengáis presente en vuestras oraciones a Jesús Nazareno y a la Santísima Virgen de los Dolores. No puedo de dejar de agradecer al Camino Neocatecumenal, y muy en concreto a las comunidades de la parroquia de los Remedios, que me han ayudado a crecer en la fe recibida de mis padres, me han enseñado a vivir la Palabra de Dios como una Palabra viva y a amar a la Iglesia como a una madre. Incluyo igualmente a todos los sacerdotes que me han educado en la fe, y con los que he compartido ministerio en la Diócesis de Sevilla.
No quiero olvidarme de todos aquellos que me han enseñado a ser sacerdote y me han estimulado a intimar con el Señor. Me refiero a los feligreses y paisanos de las parroquias de San Isidro Labrador del Priorato, en Lora del Río, y de Santa María de las Nieves de Benacazón, representados hoy aquí por algunos de ellos. Tengo también un recuerdo especial a los compañeros en el Colegio español de Roma y a los hermanos de la Parroquia de Santa Francesca Cabrini. No puede faltar en este momento un recuerdo a la Universidad de Sevilla, a sus profesores, personal no docente y alumnos, sin olvidar a la Universidad Pablo de Olavide. Permitidme un agradecimiento especial a D. Miguel Florencio anterior Rector de la Hispalense, a D. Joaquín Luque, Rector Magnífico de la Universidad de Sevilla y a su Vicerrectora de Relaciones Institucionales, Doña Teresa García, por acompañarme en este día tan especial y, sobre todo, por el cariño y respeto que siempre me han mostrado. Por último, gracias a mi querida Hermandad de los Estudiantes y a sus dos juntas de gobierno, con las que he compartido tanto y donde he ejercido la dirección espiritual estos años.
5.- Doy las gracias a todas las autoridades aquí presentes por acompañarme. Manifestar mi alegría por contar con la presencia de la alcaldesa y la representación del ayuntamiento de Osuna, que hacen presente en este día de gozo a todos mis queridos paisanos a los que llevo siempre en el corazón. Muchas gracias Rosario. También envío mi reconocimiento a la alcaldesa de la ciudad que me acoge, Jerez, a las autoridades civiles y militares y a los representantes de ayuntamientos de diversos pueblos y ciudades de la Diócesis. Mi gratitud a todos y, desde ahora, os digo que no olvidaré el precepto del apóstol de rezar por los que nos gobiernan para que no desfallezcan en la construcción del bien común, para poder crecer en paz y en humanidad.
6.- Acabo de recibir la gracia de la plenitud del sacerdocio y, por tanto, he sido agregado al colegio episcopal. Siguiendo la costumbre de la Iglesia, se me ha entregado el báculo, que ha puesto de manifiesto que hoy la Iglesia de Asidonia- Jerez ha recibido un nuevo Pastor. Dicho báculo significa, entre otras cosas, que el fundamento de todo apóstol debe estar en Cristo. Él es la razón de todo mi ministerio y sólo con Él me siento capaz de llevar a delante la misión. Mi consuelo es “levantar los ojos a los montes para saber que el auxilio me viene del Señor” (Sal 120). Mi fuerza es la certeza de que Él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Mi esperanza está basada en el mandato de anunciar el Evangelio (1Cor 9,18). Y mi oración es pedirle que no dude nunca de su amor, y que ese amor sea la seguridad en mi ministerio.
Debemos seguir viviendo y anunciando a Jesucristo y su Palabra, recogida en su Iglesia. Precisamente por eso, he escogido como lema para mi ministerio episcopal las palabras de la primera Encíclica de Juan Pablo II Redemptor hominis Iesus Christus. Dios es necesario para el hombre y, es más, no lo daña, sino que lo sana como nadie lo podrá hacer jamás. Él no es en absoluto una amenaza para el hombre, sino que, más bien, es el único camino a recorrer si se quiere reconocer al hombre en su entera verdad y exaltarlo en sus valores. Cristo es el que manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le descubre la sublimidad de su vocación. En Jesucristo es donde podemos encontrar la medida del verdadero humanismo, que tanto necesita nuestra sociedad para salir de la dictadura del relativismo. Él es la vida y la salvación para toda la humanidad porque sólo Él tiene palabras de vista eterna, y ha hecho posible que podamos degustar la eternidad aquí y ahora para ser luz de esperanza.
Ante este tesoro, debemos afirmar el significado de nuestra identidad y estar orgullosos de ser discípulos de Cristo. Hemos de gritar con fuerza que Cristo puede salvar al hombre siempre: con riqueza o con pobreza, con libertad o sin ella, con amores o con odios, en el Norte o en el Sur. No podemos olvidar que en Jesucristo el hombre está revelado en plenitud y, a la luz de esa revelación construimos un mundo más justo y humano.
7.- Quiero deciros a vosotros, mis hijos queridos de Asidonia Jerez, que sé que no parto de cero: tengo el sendero bien marcado por mis predecesores. Cuento con vosotros sacerdotes y diáconos, con vuestras oraciones, y con vuestra ayuda para emprender esta misión. Espero que no sólo seáis mi ayuda sino también mi consuelo. Animo a todos los religiosos y religiosas a seguir trabajando en la construcción del Reino de Dios. Recibid todo mi aliento y ayuda para manteneros fieles a vuestros carismas. A vosotros, queridos fieles laicos, la fe en Cristo, nuestro Salvador, os sitúa en medio del mundo como luz, sal y fermento. Entre todos debemos desear y buscar el auténtico progreso de la sociedad donde vivimos y el mayor bienestar para los hombres y mujeres de nuestro tiempo y del futuro, que pasa, sin lugar a dudas, por el anuncio del Evangelio de la vida. Animo a vosotros, familias cristianas, a desempeñar esa labor tan importante que os toca hoy: ser primicias y estandartes de la civilización del amor. Invito a vosotros, los jóvenes, a sentiros orgullosos de la fe de vuestros mayores, que ha hecho grande la historia de nuestro pueblo. No olvidéis que la auténtica libertad está en el seguimiento a Cristo. Merece la pena seguir a un Dios Padre que invita a una aventura gozosa de amor, y que ha introducido a muchos en una maravillosa aventura de entrega y servicio.
Por último, he de manifestaros que lo primero que haré como obispo será conoceros como hermanos en la fe de un Dios que nos ha amado en Jesucristo el Señor. Él debe llevar y llevará siempre la iniciativa. No nos fallará jamás. Y además, contamos con la ayuda de la Santísima Virgen Inmaculada. ¡Ánimo, hermanos! “Él nos mantendrá firmes hasta el fin, para que estemos sin tacha el día que venga Cristo Jesús, nuestro Señor” (1 Cor 1, 8), y, juntos, sigamos “luchando con la fuerza de Cristo” (Col 1,29). Y a todos los presentes y los que han seguido esta celebración a través de la radio y la televisión, que el Señor os bendiga y os proteja. Amén.