Quienes no conocen la altura intelectual del Papa Ratzinger, oscilan jugando al desconcierto entre el tópico “carca” y “progre”, ¿pero no era él el cardenal prefecto para la Congregación de la Fe que tanta persecución tuvo contra los teólogos de corte avanzado, olvidando que, a ciertos niveles de reflexión, esos adjetivos son tan ridículos como inexactos? No se puede olvidar que la vara de medir es el rigor científico, más que atestiguado por la difusión de sus obras – muchas traducidas y usadas como consulta inevitable en diversas ramas del saber - y el prestigio teológico del que goza, también entre los intelectuales no católicos.
Tal vez, algún ingenuo, piense que ha sido un “lapsus”, y que el Pontífice se ha resbalado rompiendo con el bloque doctrinal que la Iglesia defiende siempre en cuestiones de sexualidad y procreación. Estas y otras muestras, como digo, indican el desconocimiento no sólo de su capacidad intelectual, sino del rigor y calidad teológica de quien ocupa hoy la sede petrina.
No debe quedarnos la menor duda de que las afirmaciones de Benedicto XVI responden a un planteamiento serio, de hondas convicciones, para nada improvisadas, y que, evidentemente, están en profunda sintonía con la enseñaza eclesial al respecto. Y es precisamente por esto por lo que es noticia. No por lo que ha dicho el Papa, sino porque las reacciones indican el desconocimiento de quiénes se sorprenden o se posicionan con una “ingenua admiración o silencio”, no en contra, en razón de la fidelidad católica. Sin olvidar a los que injustificadamente ven una ocasión para hacer decir a la Iglesia lo que no dice, aunque convenga como “políticamente correcto”.
Cuando el Pontífice argumenta así, ante todo, está dando una genuina clase de teología moral: distingue perfectamente lo que es el fin de lo que es el medio. Admitir la posibilidad de que el uso del profiláctico en ocasiones esté justificado, - sólo como un primer momento de prudencia - deja ver que lo que siempre ha enseñado la Iglesia es que la auténtica sexualidad está orientada al desarrollo integral de la persona, a la complementariedad interpersonal, y que lleva implícita, por ley natural, la apertura a la vida. La sexualidad es un acto humano que ennoblece al hombre y que, por tanto, no podemos sucumbir ante la infravaloración a la que la somete la cultura dominante, vaciándola de toda referencia ética. No todo es un ejercicio noble de la sexualidad, como es el caso de la prostitución, que, precisamente por eso, debe ser rechaza éticamente, como vil para la persona que la sufre, y nunca regulada jurídicamente como pretenden algunos. Enseña que la generosidad a la vida nueva en los hijos, a la que tantas veces se llama a los esposos, no puede confundirse con los medios anticonceptivos que se empleen para evitarlo. No es la materialidad del medio, sino la actitud del corazón la que contradice el significado profundo del matrimonio. También este puede verse dañado si los hijos son rechazados, por el mismo fin egoísta, pero con un medio avalado como “natural”.
No es el preservativo lo “intrínsecamente malo”, por ello se puede argumentar sobre su uso adecuado o no, sino el mal uso de la sexualidad, el apostar por un matrimonio infecundo en aras al disfrute personal, o la confusión entre medio y fin que tanto daño hace en la cuestión moral. Es cuestión de doctrina y de sentido común, como la que utiliza el Pontífice en su palabras. Ni aquel es malo en sí mismo, ni tampoco es la solución ideal a una vivencia sana de la sexualidad.
Con esta cuestión, más anecdótica que otra cosa - trata en la entrevista otros temas de máximo interés y actualidad - el Papa apuesta, en genuina fidelidad al Concilio Vaticano II, por responder a las cuestiones morales atendiendo a la persona en cuestión y sus circunstancias, y no volviendo a un casuismo arcaico, como si la cuestión sexual pudiese discernirse únicamente “con el condón sí o el condón no”, a lo que la reducen hoy muchas de las mal llamadas clases de educación sexual. Como decía, una magnífica clase de teología moral, como las que antaño pronunciaba el prestigioso profesor universitario, tan necesaria como novedosa para quienes dedicados a la teología son incapaces de ver la evidencia del argumento, o para quienes reducen la problemática moral a un “póntelo, pónselo”.
¡Quiera el Señor mantener durante muchos años al teólogo Ratzinger como Benedicto XVI en la sede de Pedro! para que siga poniendo los puntos sobre las íes… también en cuestiones morales.
José Manuel Sánchez-Romero, pbro.
Doctor en Teología Moral y Director del ISCRA.