lunes, 14 de enero de 2013

Carta de Mons. José Mazuelos con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado

“Migraciones: peregrinación de fe y esperanza”
Domingo 20 de Enero de 2013

A todos los fieles diocesanos:

“Migraciones: peregrinación de fe y esperanza “es el lema propuesto por Benedicto XVI para la próxima Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado que celebraremos el día 20 de Enero. Uniéndome a las palabras del Santo Padre, así como al mensaje de los Obispos de la Comisión Episcopal para las migraciones (CEE), os invito a reflexionar sobre el gran desafío que tiene la humanidad en esta aldea global donde todos estamos situados. 

Los emigrantes, los refugiados son más que un problema a resolver un desafío permanente a la capacidad de comprensión y de apoyo entre los distintos países. Más que soluciones de emergencias, lo que se necesitan son eficaces proyectos y gestiones solidarias que fomenten el desarrollo cultural y económico de los pueblos.
Pero este desafío tiene una urgencia en tiempos de crisis pues ante las muchas dificultades que atraviesa la economía, el mercado de trabajo, la situación de bienestar, se puede endurecer nuestro corazón y ver en los inmigrantes, más que unos hermanos nuestros con su derechos y con su fuerte carga de necesidades sociales, unos competidores, unos agresores. Un problema añadido a los muchos que ya tenemos. 

Sin embargo ellos proceden en su mayoría de situaciones de necesidad, de hambre. Para sensibilizarnos que antes que inmigrantes son personas, hijos de Dios, hermanos en el amor con que Cristo nos ha unido a todos y para hacer ver que no es justo que el peso de nuestros problemas tenga que cargar sobre los derechos fundamentales de los otros viene esta jornada sobre migraciones.

¿Qué podemos hacer?. No tenemos soluciones ni fáciles ni inmediatas a problemas tan graves. Mas por otro lado no podemos dejar de buscar orientaciones prácticas, siempre desde la doctrina social de la Iglesia, que nos ayude a cumplir esa obligada participación en los problemas y esperanzas de los hombres y mujeres con los que formamos la misma comunidad humana. Más que normas serán una llamada a la responsabilidad. Entre todos debemos buscar soluciones que respeten los derechos fundamentales del hombre y que tengan en cuenta el bien común y el respeto a la dignidad de todos los seres humanos.

Y a nosotros los cristianos se nos llama de forma especial a vivir el mandamiento del amor hecho vida en tantas formas de acogida, apoyo y ayuda a nuestros hermanos. 

En palabras de Benedicto XVI, la atención a los emigrantes se realiza en diversas directrices. Por una parte, la que contempla las migraciones bajo el perfil dominante de la pobreza y de los sufrimientos, que con frecuencia produce dramas y tragedias. Aquí se concretan las operaciones de auxilio para resolver las numerosas emergencias, con generosa dedicación de grupos e individuos, asociaciones de voluntariado y movimientos, organizaciones parroquiales y diocesanas, en colaboración con todas las personas de buena voluntad. 

Pero, por otra parte, la Iglesia no deja de poner de manifiesto los aspectos positivos, las buenas posibilidades y los recursos que comportan las migraciones. Es aquí donde se incluyen las acciones de acogida que favorecen y acompañan una inserción integral de los emigrantes, solicitantes de asilo y refugiados en el nuevo contexto socio-cultural, sin olvidar la dimensión religiosa, esencial para la vida de cada persona. 

La Iglesia, por su misión confiada por el mismo Cristo, está llamada a evitar el riesgo del mero asistencialismo, para favorecer la auténtica integración, en una sociedad donde todos y cada uno sean miembros activos y responsables del bienestar del otro, asegurando con generosidad aportaciones originales, con pleno derecho de ciudadanía y de participación en los mismos derechos y deberes. El camino de la integración incluye derechos y deberes, atención y cuidado a los emigrantes para que tengan una vida digna, pero también atención por parte de los emigrantes hacia los valores que ofrece la sociedad en la que se insertan. 

También el Santo Padre afronta la cuestión de la migración irregular y especialmente los casos en que se configura como tráfico y explotación de personas, con mayor riesgo para mujeres y niños, afirmando
“Estos crímenes han de ser decididamente condenados y castigados, mientras que una gestión regulada de los flujos migratorios, que no se reduzca al cierre hermético de las fronteras, al endurecimiento de las sanciones contra los irregulares y a la adopción de medidas que desalienten nuevos ingresos, podría al menos limitar para muchos emigrantes los peligros de caer víctimas del mencionado tráfico. 

En efecto, son muy necesarias intervenciones orgánicas y multilaterales en favor del desarrollo de los países de origen, medidas eficaces para erradicar la trata de personas, programas orgánicos de flujos de entrada legal, mayor disposición a considerar los casos individuales que requieran protección humanitaria además de asilo político”.

Por último, recordar que lo único que quiere la Iglesia es cumplir con su misión evangelizadora, a la que no puede ser fiel si olvida los sufrimientos y problemas de los hombres. Entre esos problemas están los que se refieren a la dignidad de las personas, de los inmigrantes, al destino de los bienes a favor de toda la comunidad, a la fraternidad universal por encima del grupo de la clase, de la raza, de las ideas. 

Quiero expresar mi reconocimiento a cuantas personas y grupos están trabajando con ejemplar dedicación a favor de los inmigrantes. Y la llamada a toda nuestra Iglesia diocesana para que haga un esfuerzo por comprender la situación de estos hermanos nuestros y colaboremos en los distintos programas de ayuda para que la migración más que un calvario para la supervivencia se convierta en una peregrinación animada por la confianza, la fe y la esperanza.

+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez