Carta con motivo de la presencia en la Diócesis de la Cruz de los Jóvenes y el Icono de María
8 de Marzo de 2011
Queridos Jóvenes y hermanos todos en Cristo Jesús:
El próximo día 20 de Marzo, recibiremos en nuestra diócesis la Cruz de los jóvenes y el Icono de María. La cruz la entregó Juan Pablo II en el año santo de 1984, a los jóvenes católicos de todo el mundo, como símbolo que identifica las Jornadas Mundiales de la Juventud: “Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención”. Una Cruz vacía que ha ido recorriendo todos los continentes en sus diversos rincones llenos de las necesidades más variopintas. Una cruz que habla todos los idiomas de la tierra. Una cruz en la que Cristo se ha crucificado con cada uno de los inocentes que sufren la soberbia y los egoísmos de la humanidad. Una cruz que es fuente de esperanza para todos los inocentes victimas de las guerras, del hambre y de todo tipo de sufrimientos, fruto de las avaricias y envidias de este mundo. Una cruz que ha sido, es y será lecho de amor para todos los jóvenes que quieran construir sus vidas en la verdad de la humildad, de la donación y del amor. Una cruz que nos pone delante multitud de inquietudes, esperanzas, lágrimas, sonrisas y gozos de tantos jóvenes que han orado a sus pies y la han mirado con el corazón en las manos. Y junto a Cristo y a sus discípulos jóvenes, está María al pie de la Cruz representada en el Icono, que fue entregado por Benedicto XVI a los jóvenes alemanes en colonia. Con este gesto, el Santo Padre, quiso unir un Icono de la Virgen a la cruz de los jóvenes: “A la delegación que ha venido de Alemania le entrego hoy también el icono de María. De ahora en adelante, juntamente con la Cruz, este icono acompañará las Jornadas Mundiales de la Juventud. Será signo de la presencia materna de María junto a los jóvenes, llamados, como el apóstol san Juan, a acogerla en su vida.”
Pues bien queridos hermanos, acojamos la cruz con gozo y alegría, pues, como afirma S. Cirilo de Jerusalén, ella es el máximo motivo de gloria para la Iglesia universal. Así lo expresa con acierto San Pablo, que tan bien sabía de ello: lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo (Ga 6,14). Por tanto, no nos avergoncemos nunca de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos en ella, pues nos muestra el rostro amoroso de nuestro Dios, que se ha donado para salvarnos e iluminarnos el camino de la eternidad. En ella contemplamos el cuerpo martirizado de Jesús, que manifiesta la gloria del Señor y nos muestra la grandeza de amor de nuestro Dios.
En estos días cuaresmales, aprovechemos la estancia de la cruz de los jóvenes en nuestra diócesis como preparación para la semana Santa y para vivir aquella profecía de la Escritura sobre Jesús: “Mirarán al que atravesaron” (Zac 12,10; Jn 19,37). Contemplemos una cruz simple que, frente al mundo prepotente y soberbio, se alza como trono de sabiduría. Una cruz desnuda que, frente al mundo materialista y relativista, se alza como cátedra del amor y de verdad y nos invita a dirigir cada día nuestros pensamientos y nuestros corazones a Jesucristo. Admiremos una cruz vacía en la que el misterio del hombre resplandece con una fuerza especial de verdad y de amor. Es en ella donde podemos encontrar las respuestas a nuestras preguntas más profundas de quiénes somos y de dónde venimos, pues es en esa cruz, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles (1ª Cor 1,23), donde Cristo Redentor ha revelado plenamente el hombre al mismo hombre.
En estos días de oración y contemplación de la cruz en nuestra Diócesis, participemos activamente en todas las celebraciones litúrgicas en torno a ella para saciar nuestra sed de eternidad y de amor. Convirtámonos en cirineos, llevando la cruz por los colegios, los hospitales, residencias de ancianos, las calles de nuestras ciudades, etc. para que todos puedan tener acceso a la cruz de Cristo, lugar privilegiado para el encuentro personal con el Señor y para experimentar su misericordia infinita. Mostremos a todos que el ser humano únicamente en ella puede ser perdonado y sólo en ella puede empezar a quererse limitado y débil. Gritemos al mundo entero que la cruz es el único sitio donde podemos experimentar el poder liberador de la gracia y el gozo de la reconciliación y la paz.
Por último, os invito a todos a contemplar el icono de María para, con Ella, descubrir que la cruz, por pesada que sea, es fuente de salvación y motivo para seguir a Jesús. Agarremos la mano de María para, como San Juan, no desfallecer ante la cruz de nuestros sufrimientos. Miremos, junto a María, a Jesús clavado en la cruz, muerto en ella por nuestra salvación y resucitado para regalarnos a todos esa misma resurrección, que nos lleva a experimentar en nuestra vida que para Dios nada hay imposible. Encomendémonos a Nuestra Madre la Inmaculada Concepción para que nos ayude a presentarnos ante el mundo “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7).
El próximo día 20 de Marzo, recibiremos en nuestra diócesis la Cruz de los jóvenes y el Icono de María. La cruz la entregó Juan Pablo II en el año santo de 1984, a los jóvenes católicos de todo el mundo, como símbolo que identifica las Jornadas Mundiales de la Juventud: “Queridos jóvenes, al clausurar el Año Santo os confío el signo de este Año Jubilar: ¡la Cruz de Cristo! Llevadla por el mundo como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciad a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención”. Una Cruz vacía que ha ido recorriendo todos los continentes en sus diversos rincones llenos de las necesidades más variopintas. Una cruz que habla todos los idiomas de la tierra. Una cruz en la que Cristo se ha crucificado con cada uno de los inocentes que sufren la soberbia y los egoísmos de la humanidad. Una cruz que es fuente de esperanza para todos los inocentes victimas de las guerras, del hambre y de todo tipo de sufrimientos, fruto de las avaricias y envidias de este mundo. Una cruz que ha sido, es y será lecho de amor para todos los jóvenes que quieran construir sus vidas en la verdad de la humildad, de la donación y del amor. Una cruz que nos pone delante multitud de inquietudes, esperanzas, lágrimas, sonrisas y gozos de tantos jóvenes que han orado a sus pies y la han mirado con el corazón en las manos. Y junto a Cristo y a sus discípulos jóvenes, está María al pie de la Cruz representada en el Icono, que fue entregado por Benedicto XVI a los jóvenes alemanes en colonia. Con este gesto, el Santo Padre, quiso unir un Icono de la Virgen a la cruz de los jóvenes: “A la delegación que ha venido de Alemania le entrego hoy también el icono de María. De ahora en adelante, juntamente con la Cruz, este icono acompañará las Jornadas Mundiales de la Juventud. Será signo de la presencia materna de María junto a los jóvenes, llamados, como el apóstol san Juan, a acogerla en su vida.”
Pues bien queridos hermanos, acojamos la cruz con gozo y alegría, pues, como afirma S. Cirilo de Jerusalén, ella es el máximo motivo de gloria para la Iglesia universal. Así lo expresa con acierto San Pablo, que tan bien sabía de ello: lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo (Ga 6,14). Por tanto, no nos avergoncemos nunca de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos en ella, pues nos muestra el rostro amoroso de nuestro Dios, que se ha donado para salvarnos e iluminarnos el camino de la eternidad. En ella contemplamos el cuerpo martirizado de Jesús, que manifiesta la gloria del Señor y nos muestra la grandeza de amor de nuestro Dios.
En estos días cuaresmales, aprovechemos la estancia de la cruz de los jóvenes en nuestra diócesis como preparación para la semana Santa y para vivir aquella profecía de la Escritura sobre Jesús: “Mirarán al que atravesaron” (Zac 12,10; Jn 19,37). Contemplemos una cruz simple que, frente al mundo prepotente y soberbio, se alza como trono de sabiduría. Una cruz desnuda que, frente al mundo materialista y relativista, se alza como cátedra del amor y de verdad y nos invita a dirigir cada día nuestros pensamientos y nuestros corazones a Jesucristo. Admiremos una cruz vacía en la que el misterio del hombre resplandece con una fuerza especial de verdad y de amor. Es en ella donde podemos encontrar las respuestas a nuestras preguntas más profundas de quiénes somos y de dónde venimos, pues es en esa cruz, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles (1ª Cor 1,23), donde Cristo Redentor ha revelado plenamente el hombre al mismo hombre.
En estos días de oración y contemplación de la cruz en nuestra Diócesis, participemos activamente en todas las celebraciones litúrgicas en torno a ella para saciar nuestra sed de eternidad y de amor. Convirtámonos en cirineos, llevando la cruz por los colegios, los hospitales, residencias de ancianos, las calles de nuestras ciudades, etc. para que todos puedan tener acceso a la cruz de Cristo, lugar privilegiado para el encuentro personal con el Señor y para experimentar su misericordia infinita. Mostremos a todos que el ser humano únicamente en ella puede ser perdonado y sólo en ella puede empezar a quererse limitado y débil. Gritemos al mundo entero que la cruz es el único sitio donde podemos experimentar el poder liberador de la gracia y el gozo de la reconciliación y la paz.
Por último, os invito a todos a contemplar el icono de María para, con Ella, descubrir que la cruz, por pesada que sea, es fuente de salvación y motivo para seguir a Jesús. Agarremos la mano de María para, como San Juan, no desfallecer ante la cruz de nuestros sufrimientos. Miremos, junto a María, a Jesús clavado en la cruz, muerto en ella por nuestra salvación y resucitado para regalarnos a todos esa misma resurrección, que nos lleva a experimentar en nuestra vida que para Dios nada hay imposible. Encomendémonos a Nuestra Madre la Inmaculada Concepción para que nos ayude a presentarnos ante el mundo “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7).
Con todo mi afecto y bendición,
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez
Obispo de Asidonia-Jerez