A LOS SACERDOTES, DIÁCONOS, RELIGIOSOS Y FIELES SEGLARES DE SU DIÓCESIS CON MOTIVO DE LA CELEBRACIÓN DEL TIEMPO PASCUAL
Queridos fieles en el Corazón Sagrado de Jesucristo,
Con esta carta quiero animaros a vivir con la alegría de Cristo Resucitado este tiempo de Pascua. Sé que a veces nos es más fácil sufrir con Cristo sufriente que alegrarnos con su triunfo definitivo. Como muy bien decían los benedictinos de Saint-André de Clerlande en el comentario introductorio a su Misal de la Asamblea Cristiana: «A pesar de ser cumbre y fundamento de todo el año litúrgico, el tiempo pascual parece llamar menos la atención de los fieles y movilizar menos que el tiempo de Adviento y sobre todo el de Cuaresma. Esto se debe, seguramente, al hecho de que la cincuentena pascual puede parecer una extensa llanura que se atraviesa sin mucho esfuerzo, mientras que el ascenso (cuaresmal) requiere una especial energía y dinamismo.» El objetivo de esta carta es avivar en todos vosotros la vivencia de este tiempo litúrgico para que la alegría y la paz de Jesucristo invadan toda vuestra vida.
Queridos fieles en el Corazón Sagrado de Jesucristo,
Con esta carta quiero animaros a vivir con la alegría de Cristo Resucitado este tiempo de Pascua. Sé que a veces nos es más fácil sufrir con Cristo sufriente que alegrarnos con su triunfo definitivo. Como muy bien decían los benedictinos de Saint-André de Clerlande en el comentario introductorio a su Misal de la Asamblea Cristiana: «A pesar de ser cumbre y fundamento de todo el año litúrgico, el tiempo pascual parece llamar menos la atención de los fieles y movilizar menos que el tiempo de Adviento y sobre todo el de Cuaresma. Esto se debe, seguramente, al hecho de que la cincuentena pascual puede parecer una extensa llanura que se atraviesa sin mucho esfuerzo, mientras que el ascenso (cuaresmal) requiere una especial energía y dinamismo.» El objetivo de esta carta es avivar en todos vosotros la vivencia de este tiempo litúrgico para que la alegría y la paz de Jesucristo invadan toda vuestra vida.
I. IMPORTANCIA DEL TIEMPO PASCUAL.
1. La Pascua es centro y fundamento del Año Litúrgico.
Con la Iglesia, nuestra Madre, hemos subido piadosamente la cuesta empinada de la Santa Cuaresma, y estimulados por la oración, el ayuno y las limosnas hemos llegado a la celebración fervorosa del Triduo Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Salvador Jesucristo. En estos días pasados hemos acompañado al Señor en su entrada triunfal en Jerusalén, hemos vivido la institución de la Eucaristía y lo hemos acompañado desde su noche de Getsemaní hasta su muerte en la cruz. Cuando parecía que todo había terminado hemos oído que María Magdalena nos comunicaba que el Señor estaba vivo, que ella lo había visto.
Todavía podemos recordar la última Vigilia Pascual, con su pregón, sus lecturas, sus oraciones, la aspersión del agua, el encendido del Cirio pascual y de las velas... Nos hemos alegrado con el triunfo de Cristo en esa ceremonia que es el centro del Año Litúrgico católico. Pero es conveniente recordar que para la Santa Iglesia la fiesta de la Resurrección del Señor no dura solamente veinticuatro horas sino cincuenta días, es decir desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés.
2. En la Pascua renacemos con Cristo a una vida nueva.
Sabiamente dispuesto el nuevo Misal busca ilustrar la fe de los fieles con lecturas variadas. La lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles tomará un papel relevante en este tiempo para que meditando acerca de los sucesos ocurridos a la comunidad cristiana primitiva, renovemos nuestra vocación cristiana como llamada a la evangelización. La Iglesia ha preparado a sus hijos durante la Cuaresma para renovar sus compromisos bautismales en la Vigilia Pascual, y ahora espera que los cristianos, renovados en la nueva vivencia de la Pascua, sean capaces de vivir como vivieron los primeros cristianos, que merecieron el aprecio de Dios y del pueblo (Hch 4-6). Los alejados tienen que ver la salud espiritual de que gozan los cristianos para que así sus vidas puedan quedar iluminadas. En una de sus hermosas homilías decía San León Magno: “Que lo que ha sido renovado no retorne a la inconstancia de su antiguo estado, y que el que ha puesto la mano en el arado no abandone su trabajo; que mire a lo que siembra y no se vuelva a lo que ha dejado atrás. Que nadie recaiga en los vicios de los que se ha levantado, sino que, aun cuando, como consecuencia de la debilidad de la carne, sea todavía presa de algunas enfermedades, desee inmediatamente ser curado y restablecido. Éste es el camino de la salvación, éste es el modo de imitar la resurrección comenzada en Cristo” (Homilía en el Sábado Santo, 20, 6).
3. En la Pascua reconocemos a Cristo como fuente de la Misericordia.
Es de lógica que en el domingo de Pascua se lea el evangelio de la ida de Pedro y Juan al sepulcro corriendo tras haber escuchado lo que les comunicaba la Magdalena. Tiene igualmente toda lógica que en el segundo domingo de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia, se proclame el evangelio que narra lo que en tal día como ése sucedió: la aparición del Señor a los discípulos, a quienes mostró las manos y el costado haciéndoles ver experimentalmente que había resucitado en verdad y, a quienes insufló su aliento dándoles el Espíritu Santo y con Él el poder de perdonar los pecados. Los evangelios de los demás domingos de Pascua están tomados de la narración de alguna aparición del Resucitado o del sermón de la Cena. El cuarto domingo de Pascua tiene siempre como tema el del Buen Pastor. El Beato Pablo VI estableció que este domingo fuera un día intenso de oración, pidiendo al Señor por el aumento y perseverancia de las vocaciones de especial consagración. Hoy más que nunca tienen que resonar en la Iglesia las palabras de Cristo: “Rogad al Dueño que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38), por eso, pido a todos los fieles que pidan con intensidad e insistencia para que el Padre suscite vocaciones sacerdotales y religiosas dentro de nuestras familias.
II.- PRINCIPALES SENTIMIENTOS QUE LA PASCUA SUSCITA EN LA IGLESIA.
1. Sentimiento de alegría.
Dice el evangelio de San Juan (20,20) que cuando en la tarde-noche del día de la Resurrección se les apareció el Señor a los discípulos y les mostró las manos y el costado para hacerles ver que había resucitado “se llenaron de alegría al ver al Señor”. San Lucas narra cómo los discípulos pasan del miedo a la alegría, al principio quedan sobresaltados y despavoridos, después, cuando perciben que es el Señor se llenaron de gozo (Lc 24, 41).
El tiempo pascual es tiempo de alegría y de gozo. La Liturgia romana lo dice muy expresivamente cuando en los prefacios pascuales, luego de haber enunciado el misterio de la Resurrección, añade: «Por eso con esta efusión de gozo pascual el mundo entero se desborda de alegría.» Se trata de una alegría que procede de la fe, que viene de lo más hondo del corazón, no es un júbilo ostentoso, sino un recrearse íntimamente en la misericordia divina. Este gozo desborda el corazón y hace que hable la boca, que confiesa la victoria del Señor y llena de fuerzas al creyente, cuyas buenas obras muestran su regeneración.
2. Sentimiento de esperanza.
Los cristianos hemos sido enseñados por Nuestro Señor Jesucristo que, si vivimos conforme a su evangelio, resucitaremos el último día gloriosamente y entraremos con Él en el cielo (Mt 25, 31-43). Por eso el cristiano espera la resurrección, la suya propia, que tendrá lugar cuando vuelva Cristo y haga el juicio final. Lo dice muy claramente la primera carta a los corintios: “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido también la Resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; luego, cuando Él vuelva, los que son de Cristo... (1Co 15,20).
El Tiempo Pascual nos hace mirar adelante, hacia el futuro, ese futuro de gloria, en el que ya está Jesús y que se nos ha prometido a nosotros. En el jueves de la sexta semana de Pascua celebra la Iglesia una fiesta importantísima: la vuelta de Jesús al Padre, la Ascensión. Cuando Cristo, recién resucitado, se aparece a María Magdalena, ésta se abraza a sus pies y no lo soltaba, y tuvo Jesús que decirle: “Déjame, porque aún no he subido al Padre, pero ve y diles a mis hermanos que subo al que es mi Padre y Padre vuestro, a mi Dios y vuestro Dios.” (Jn 20, 17). Es claro que en cuanto Dios llamó al Padre como mi Padre y en cuanto hombre lo llamó mi Dios. Porque nosotros, recibido el Bautismo, es verdad que somos hijos de Dios, pero por adopción; en cambio Cristo era desde la eternidad Hijo del Padre por naturaleza: “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, Engendrado, no creado, de la misma Naturaleza del Padre “. (Símbolo de la Fe niceno-constantinopolitano).
3. Sentimiento de confianza.
Tenemos un mediador en el cielo, tenemos quien nos proteja, podemos vivir confiados, no tenemos nada que temer. Ciertamente estando aun sobre la tierra Cristo oró e intercedió por nosotros como nos dice el cuarto evangelio (Jn 17, 9-26), pero, una vez subido al cielo, no piense nadie que “se desentendió de nosotros”, sino que al revés, sentado a la derecha del Padre “vive siempre para interceder por nosotros” (Hb 7, 25). En la carta a los romanos se preguntaba san Pablo que quién será el que acuse y condene a los elegidos de Dios: “¿Acaso será Jesucristo, el que murió, y hasta resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros?” (Rm 8, 34). En Cristo tenemos los hombres, y no sólo los justos sino también los pecadores, un constante e influyente mediador que intercede por nosotros ante el Padre. “Hay un único Dios y un único mediador entre Dios y los Hombres, el hombre Cristo Jesús, el cual se entregó a sí mismo como precio de rescate por todos” (1Tim, 2, 5-6). Junto al Señor interceden por nosotros la Virgen María y los Santos del Cielo, “porque ellos, habiendo llegado a la patria y estando en presencia del Señor (2Cor 5, 6), no cesan de interceder por Él, con Él y en Él a favor nuestro ante el Padre, ofreciéndole los méritos que en la tierra consiguieron por el Mediador único entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, como fruto de haber servido al Señor en todas las cosas (…) Su fraterna solicitud contribuye, pues, mucho a remediar nuestra necesidad“ (LG 29).
4. Sentimiento de impaciencia.
En el tiempo de Pascua los fieles nos disponemos a recibir con el corazón abierto la efusión del Espíritu Santo. Momentos antes de subir al cielo, nos dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 4-5), el Señor mandó a sus discípulos no ausentarse de Jerusalén sino esperar allí la Promesa del Padre, expresión con la que Jesús designa al Espíritu Santo, añadiendo que Él ya les había comunicado esta Promesa, y en efecto así consta por el cuarto evangelio en el llamado Sermón de la Cena. Como hemos dicho, la Iglesia Romana lee en uno de los domingos de Pascua el trozo de evangelio que contiene esta Promesa.
Puede decirse que la cincuentena pascual es un tiempo de preparación para la festividad de Pentecostés en el que los fieles esperamos con impaciencia la llegada del Espíritu consolador. El Santo Maestro y Doctor de la Iglesia, San Juan de Ávila, dice en su sermón de la infraoctava de la Ascensión, que los discípulos del Señor pedían al Espíritu Santo que tuviera por bien venir y consolar sus corazones, pues estaban muy desconsolados esperando su venida. Dice el Santo Maestro que “así también es razón que en este santo tiempo nos aparejemos y deseemos con los santos apóstoles la venida del Espíritu Santo. Álcense nuestros corazones al cielo, y pidamos con lágrimas en nuestros ojos: Consolador de mi alma, ven, consuélala. Y en todo este tiempo no hagamos otra cosa que desear que el Espíritu Santo venga a nuestras almas”.
III.- CONCLUSIÓN
Queridos diocesanos, os ofrezco estas reflexiones con la intención pastoral de que viváis con el mayor espíritu de devoción esta Pascua. No quiero pasar de largo sin recordar que dentro de este tiempo, durante el mes de Mayo, ocupa un lugar especial la Virgen María, Madre de Cristo y Madre nuestra. Hay una sólida tradición en la Iglesia que afirma que fue ella la primera en recibir la visita del Resucitado. No parece extraño que aquella que permaneció junto a la cruz hasta el final sea la primera a la que Cristo quiera consolar y llenar de su inmensa alegría. La espera que vive la Virgen el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, Ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas que se confirman cuando se encuentra con su Hijo resucitado.
Por eso, no quiero terminar sin tener un recuerdo especial para María Inmaculada, patrona de nuestra Diócesis, y encomendarle con amor filial a todos los sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas, y fieles seglares para que todos por su mediación y bajo su cayado seamos ovejas fieles de su Hijo Jesucristo y después de esta vida podamos pasar a la Pascua eterna.
Que el Señor os bendiga.
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez