A todos los
fieles diocesanos:
Un año más
la Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma, tiempo de gracia y de escucha atenta
de la Palabra de Vida. Cuaresma es tiempo de conversión, es camino a la Pascua.
No es fin, sino medio para la celebración anual del Misterio de Cristo
Resucitado.
La llamada a la conversión es el grito
del corazón de Dios que llama a su amor. Es la mirada impaciente del corazón
del Padre que espera al hijo pródigo. Es la cercanía providente del Buen Pastor
que busca, acompaña y conduce a la oveja perdida. ¡Convertíos al amor
desconocido, al amor perdido, al primer amor! ¡Convertíos y creed en el
Evangelio!
Las Escrituras son el eco permanente
del corazón de Dios que llama a su amor. Llamar a la conversión es parte
esencial de la misión redentora de Cristo. Son muchos los textos bíblicos que
nos hablan de la conversión.
La conversión planta cara al repliegue
del corazón, cerrado sobre sí mismo.
Perfora la cáscara del egoísmo, la corteza del orgullo, la máscara de la
apariencia. Nos purifica para nacer a un corazón nuevo, que nos ayude a volver a empezar,
confesando nuestra fe bautismal, renunciando a una vida sin Dios. Y para ello hay que perder el temor, aceptar la
pobreza de nuestros afectos y llenarse del amor de Dios.
Reconocernos pecadores es el punto de
partida. Ser conscientes de la necesidad de vivir en el amor de Dios, es la
motivación que sostiene el dinamismo permanente de la conversión del peregrino
de la fe, sediento de Dios. Vivir este
proceso es urgencia de la vocación a la santidad.
La Cuaresma es también una ocasión
propicia para vivir la fraternidad. Las prácticas penitenciales: ayuno, oración
y limosna, nos asocian a la Cruz
Redentora. El ayuno, la abstinencia y la limosna se orientan a la caridad al
permitirnos, viviendo con mayor austeridad, compartir con quien pasa necesidad.
El ayuno y
la limosna no tienen como fin un bienestar del cuerpo, que es capaz de privarse
de alimentos para armonizar la dieta, sino asociarnos a la pobreza de Cristo
que “libera y enriquece” y muestra su “confianza ilimitada en Dios Padre”. El
Papa Francisco nos recuerda en su mensaje de Cuaresma que "El amor nos
hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Se trata de
aprender a ensanchar el corazón, "que las conciencias se conviertan a la
justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir", dice el Papa.
Por ello hermanos, os
animo a practicar las obras de caridad. No son “beaterías”: ayudar cuesta,
porque exige nuestro tiempo y dinero, pero nadie, nunca, superará en nuestro
interior el gozo de haber obrado el bien. Así de claro lo expresa el Papa
Francisco: "Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele".
La Iglesia, como madre
espiritual, nos recuerda las armas del combate: el ayuno y la abstinencia
–porque “no sólo de pan vive el hombre” (Cf Lc 4,4); la penitencia –como
mortificación de aquellas pasiones que nos dominan; la limosna para combatir la
idolatría de la codicia (Col 3, 5); y la oración, sobre todo en su dimensión
personal de intimidad con el Señor: “y tu
Padre que ve en lo secreto, te recompensará” (Cf Mt 6,6).
Por último
os invito a participar en las celebraciones litúrgicas –tan abundantes en este
tiempo-, para expresar la comunión con toda la Iglesia que camina a la plenitud
de la Pascua.
El día de
San José, el 19 de Marzo, celebraremos el “Día del Seminario”. Os pido que
participéis en su preparación y celebración y que, de forma especial, en esta cuaresma pidáis con insistencia al Señor
que suscite en nuestra diócesis vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida
consagrada.
Que la
Santísima Virgen María nos ayude a recorrer el itinerario cuaresmal unidos
–como Ella- a su Hijo, el Señor, y a toda la Iglesia en este tiempo de gracia y
salvación “hacia las fuentes de la vida
eterna” (Cf Sal 23).
+ José
Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez