A todos los fieles diocesanos:
Acabamos de comenzar un tiempo de salvación y de gracia: la Santa Cuaresma. El Concilio Vaticano II habla de ella como una preparación a la celebración del Misterio Pascual durante la cual, los fieles, se entregan más intensamente a oír la Palabra de Dios, a la oración y la práctica de la penitencia en el recuerdo de las distintas etapas del Bautismo. (Cf. SC 109)
Es éste, por tanto, un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, nos abramos a la fuerza y al mensaje de la Resurrección del Señor y recorramos un camino de fe, en una peregrinación hacia la fuente de donde mana toda la gracia de la que vive la Iglesia y a la que ahora yo os invito a recibir participando activamente en estos cuarenta días, en que, a imagen del camino de Israel hacia la tierra prometida, o del combate de Jesús en el desierto, nos sintamos miembros del mismo Pueblo de Dios y del mismo Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
En el mensaje de cuaresma de este año, el Santo Padre, nos invita a reflexionar sobre el texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24); en él nos exhorta a profundizar en la caridad entendida en toda su verdad: espiritual, social y moral.
Y para crecer en la caridad es necesario, en primer lugar, fijarse en Jesús, cuya Palabra se hizo carne entre nosotros (Cf. Jn 1, 14). Y mirar a Jesús conlleva convertir nuestro corazón a Dios que nos permita no sólo “ver a Jesús” (Cf Jn 12, 21), sino profundizar en las riquezas del misterio pascual de Cristo para que, renovados en la penitencia, podamos disfrutar de los frutos de la redención, porque “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Cf. Jn 15, 13).
En este tiempo estamos llamados a “reconciliarnos con Dios”, como nos exhorta San Pablo (Cf. 2 Cor 5, 20) mediante la penitencia y la celebración del Sacramento del perdón, manifestando así que nuestra caridad comienza en el sacrificio de Jesucristo “para el perdón de los pecados” (Cf Mt 26, 28), y es fruto del conocimiento y de nuestra identificación con Él, pues -como repetía el beato Juan Pablo II-, para el cristiano el camino de Dios pasa siempre junto a la casa del hermano.
Y es en ese caminar donde se inscribe el mensaje del Papa exhortándonos a “fijarnos los unos en los otros para estímulo de la caridad”, afirmando que:
“Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien…el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón”.
Como podemos ver la atención al otro exige no mostrarse extraño ni indiferente a la suerte de los demás y a preocuparse de su bien, de todo su bien. Es verdad que a menudo prevalece en nosotros la indiferencia o el desinterés que nace del egoísmo.
Estamos tan marcados por el relativismo y sus falsos valores, que no nos atrevemos a señalar, cuando es necesario, el camino equivocado que muchos llevan arrastrando a otros en la misma dirección. Les cuesta trabajo a los padres reprender a sus hijos, recordarles sus deberes o advertirles del peligro de los placeres irresponsables. También nosotros mismos reaccionamos mal si alguien nos corrige o nos señala una forma de mejorar. Sin embargo, no podemos ignorar que tenemos una responsabilidad respecto a los otros y esta responsabilidad significa querer el bien del otro, de los otros, deseando que ellos también se abran al bien y a la gracia.
La solicitud por el bien de los otros nos lleva, por un lado, a ser conscientes de que en nuestra sociedad existen muchas personas a las que no se les ha anunciado de forma adecuada la Buena Nueva. Por otro a descubrir en esta Cuaresma una ocasión para renovar nuestra tensión misionera, nuestros métodos de predicación y de testimonio para que resuene intensamente el mensaje de la salvación.
Igualmente la caridad espiritual nos mueve a ejercer la corrección fraterna con aquellos hermanos que habiendo escuchado y creído el Evangelio, están alejados del Espíritu de Dios. Es éste un tiempo adecuado para llamarlos a avivar la fe, a salir de ese divorcio entre la fe profesada y la vida de espaldas a los valores evangélicos. Y para ofrecerles la oportunidad de la conversión mediante la integración activa en la vida de la comunidad cristiana, pues como dice la Escritura: “ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (2Cor 6,2).
Por último, nos invita a no olvidar las profundas necesidades materiales de pan, trabajo, casa, etc. por las que pasan tantas personas en estos momentos. Os invito, pues, en esta Cuaresma, a ser generosos para ayudar a tantos hermanos que sufren la crisis económica, a abrir el corazón para escuchar el sufrimiento del pobre, teniendo siempre presente las palabras de Jesús “porque tuve hambre y me distes de comer, estuve enfermo y me visitasteis…”. (Cf. Mt 25).
La Iglesia, como madre espiritual nos recuerda las armas del combate: el ayuno –porque “no sólo de pan vive el hombre” (Cf Lc 4,4); la penitencia –como mortificación de aquellas pasiones que nos dominan; la limosna para combatir la idolatría de la codicia (Col 3, 5); y la oración, sobre todo, en su dimensión personal de cara al Señor: “y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará” (Cf Mt 6,6).
Aprovechar las celebraciones litúrgicas –tan abundantes en este tiempo-, así como la preparación y participación en el “Día del Seminario” y en la “Jornada por la vida” que celebraremos en la semana del 19 al 25 de Marzo, es también una oportunidad a nuestro alcance y una forma de sentirnos peregrinos y caminantes al encuentro del Señor.
Pidamos, por último a la Santísima Virgen María que nos ayude a recorrer el itinerario cuaresmal unidos –como Ella- a su Hijo, el Señor, y a toda la Iglesia en este tiempo de gracia y salvación “hacia las fuentes de la vida eterna” (Cf Sal 23) .
+ José Mazuelos Pérez