«HE AQUÍ QUE
SUBIMOS A JERUSALÉN...»
1. Introducción. El significado de la Cuaresma.
Muy amados Diocesanos en el
Corazón de Jesucristo:
El Año Litúrgico, esa sabia
institución de la Iglesia,
que nos hace meditar en el Misterio de Cristo paso a paso, nos vuelve a traer
el santo tiempo de Cuaresma, periodo de cuarenta días en los que la Iglesia insiste en la
oración, la penitencia y las buenas obras como preparación a la celebración del
Triduo
Pascual de la Pasión
y Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
a. Tiempo de preparación para recibir el Bautismo en la Pascua
La
Iglesia
cayó muy pronto en la cuenta de la necesidad de una instrucción y preparación
previa al Bautismo y a lo largo de los siglos II-III se difundió y consolidó en
la Iglesia el
catecumenado, un periodo, de duración indefinida, muchas veces largo, de
preparación al bautismo, en el cual el catecúmeno, además de aprender los
principales misterios de la fe, tenía que demostrar una sólida voluntad de
vivir a partir del Bautismo como cristiano, como verdadero discípulo de Cristo.
Los cristianos tenían muy claro que no se nacía cristiano, había que hacerse
(Tertuliano, Apologeticum 18, 4). El catecumenado tenía una fase final, y éste
era la Cuaresma,
tiempo en el que examinados los catecúmenos acerca de sus disposiciones y
verdaderos propósitos podían ser elegidos para ser bautizados en la Pascua, meta de toda la actividad
religiosa cuaresmal.
b. Tiempo para acompañar a Cristo en su subida a Jerusalén
En el Misal llamado de San Pío V
se celebraban tres domingos, preparatorios de la Cuaresma, el último de
ellos se llamaba Quincuagésima, y en él se tomaba el pasaje evangélico en que
Jesús, tomando aparte a los doce apóstoles les advirtió: “He aquí que
subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo cuanto escribieron los profetas acerca
del Hijo del hombre: será entregado a los gentiles, y será escarnecido y
azotado y escupido, y tras haberle flagelado lo matarán, pero al tercer día
resucitará.” (Lc 18, 31-34).
Vemos que el Señor Jesús con sus
apóstoles emprendió una subida a Jerusalén, donde le esperaba su pasión y
muerte. La vida de la Iglesia
es la vida de Cristo, por eso, en la liturgia, el pueblo de Dios celebra y vive
espiritualmente con Cristo la subida a Jerusalén, oyéndolo en la lectura del
Santo Evangelio de cada día. Quiero pues, aconsejar a todos los fieles que este
año emprendan con fervor esta peregrinación espiritual y mística que es la Cuaresma teniendo ya
desde el principio los ojos puestos en el Monte Calvario, lugar de la Redención, y a donde
nosotros tenemos que llegar cargando cada uno con nuestra cruz de cada día para
así entrar también con Él en su Resurrección gloriosa. La Cuaresma es un tiempo de
gracia y santificación, por eso quien vive intensamente este periodo sale
espiritualmente transformado en el Señor.
2. La Cuaresma en las SSEE y en la Tradición
a) En las SSEE
Los cuarenta días de este tiempo
hacen alusión muy directa al tiempo de preparación que tuvo el pueblo de Israel
por el desierto antes de acceder a la tierra prometida. También ayuda a
entender este tiempo de penitencia y purificación el recuerdo de los años que
pasó el pueblo de Israel en el cautiverio de Babilonia, purgando sus idolatrías
y pecados. El periodo de la
Cautividad fue así visto como un tiempo de silencio y
oración, por eso decía Amalario que así como el dolor por el destierro hizo
enmudecer las arpas y los cantos del pueblo elegido (salmo 137), así el dolor
por los pecados hacía cesar el son de los instrumentos músicos en las iglesias
durante la Cuaresma. Por
esa misma razón en los días de la penitencia se acordó suprimir los cantos más
jubilosos como el Gloria, el Aleluya o el Tedeum.
En el Nuevo Testamento
relacionamos este tiempo con el periodo que pasó Jesús en el desierto. En el
primer domingo de Cuaresma la
Iglesia desde hace muchos siglos viene meditando el pasaje de
las tentaciones, vencidas ejemplarmente por el Señor para enseñanza nuestra, para
que aprendamos a vivir sobrios y vigilantes, pues nuestro adversario Satanás,
como león rugiente, da vueltas a nuestro alrededor buscando a quién devorar y
es menester resistirle firmes en la fe (1Pe, 5, 8-9).
b) En la
Tradición
Las primeras comunidades
cristianas que tuvieron trato personal con el Señor y que con la predicación
apostólica, habían crecido hasta componerse de varios miles de personas (Hch 2,
41; 4, 4: 5,14; 6, 7), se reunían para
la oración y la fracción del pan (Hch 2, 43-47), recordando el Misterio Pascual
de Cristo. Muy pronto el Sábado Santo y el Viernes Santo fueron días de ayuno
en la comunidad cristiana de Roma, en recuerdo y honra de la muerte del Señor.
Por su parte San Dionisio de Alejandría (+264) nos habla del ayuno en toda la
semana anterior a la
Pascua. Estos días con el tiempo fueron aumentando hasta
alcanzar el número de cuarenta.
Es históricamente seguro que al
llegar el siglo IV este ayuno cuaresmal estaba ya instituido y consolidado, y
vemos tratar de él, además del citado Concilio de Nicea, a los grandes Santos
Padres de la época, por ejemplo San Atanasio (+ 337) y San Jerónimo (+ 384). La
gran importancia de la penitencia se inculcaba a los fieles, singularmente a
los pecadores que iban a hacer penitencia pública. Los pecadores que se
disponían a hacer pública penitencia, luego de confesar en secreto sus pecados
al obispo, se vestían de una basta túnica de saco y recibían la ceniza sobre
sus cabezas, absteniéndose de bañarse en el tiempo cuaresmal, convirtiéndose la
suciedad del cuerpo en un símbolo de la suciedad del alma.
Decía una antífona en la
imposición de la ceniza: “Cambiemos de vestido: cubrámonos de ceniza y de
cilicio. Ayunemos y lloremos ante el Señor pues es misericordioso para perdonar
nuestros pecados”.
Las lecturas bíblicas y las
predicaciones del obispo en las misas cuaresmales animaban a los pecadores
penitentes a arrepentirse más firmemente de sus culpas, proponiendo una
enmienda total de ellas, saboreando la palabra consoladora de Cristo a la mujer
adúltera: “Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más” (Jn 8, 3-11). Se
preparaban así a la misa de la reconciliación el Jueves Santo, en la que el
obispo los absolvía de los pecados y los reintegraba a la comunidad de los
fieles, recibiendo ese día la sagrada comunión.
3. La Cuaresma
como tiempo de combate. Vencemos con las armas de la oración, ayuno y limosna
a. El combate
cristiano
San Mateo nos dice que fue el
Espíritu el que llevó a Jesús al desierto y que lo llevó para que allí fuera
tentado por el diablo; Marcos dice en cambio que Jesús se dejó tentar por
Satanás, mientras Lucas dice que fue el Espíritu el que impulsó a Jesús a ir al
desierto. Lo cierto es que las tentaciones de Jesús en el desierto son para la Iglesia un paradigma de la
lucha que debe sostener el cristiano en medio del mundo en orden a su
salvación, por eso dice San Agustín: “Nuestra vida en medio de esta
peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se
realiza precisamente a través de la tentación. Nadie se conoce a sí mismo si no
es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha
combatido, ni combatir si carece de enemigos y de tentaciones” (Comentario
al Salmo 60, 2-3).
El combate cristiano tiene un
enemigo: el pecado. El Señor Jesús comenzó la predicación de su vida pública
insistiendo a sus oyentes en que hicieran penitencia o se arrepintieran (Mt 4,
17; Mc 1, 15), Él, que leía las conciencias de los hombres, sabía que había en
ellos pecado, y por lo mismo al tiempo que curaba los cuerpos limpiaba de
pecado las almas (Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12: Lc 5, 17-26).
La
Cuaresma
nos trae algo que mundo, demonio y carne están empeñados en arrebatarnos: el
sentido del pecado. En la medida en que se ha eclipsado a Dios en nuestra
sociedad, también se ha diluido la idea de pecado, pero, en la medida en que
dejemos entrar en nosotros la luz de Cristo, podremos ver con su claridad
nuestra miseria y falta de gratitud ante la misericordia infinita de nuestro Dios.
Entonces sabremos que somos pecadores necesitados de redención.
b. Arma de la oración
Jesús buscaba la soledad y el
desierto para dedicarse a la oración (Mc 1, 35; Lc 5, 16), también acostumbraba
a asistir y participar en la oración comunitaria sabatina de la sinagoga (Lc 4,
1 ss). Él nos dice que es preciso orar siempre y no cansarse (Lc 18, 1). Sin
duda alguna pesó en el ánimo de la
Iglesia aquella recomendación de Jesús que acabamos de
señalar y la acentuó de manera especial en este tiempo de conversión.
c. Arma del ayuno
San Juan Crisóstomo, que un
tiempo profesó el monacato, en su «Tratado sobre la verdadera conversión» pone
al ayuno como medio eficaz para llegar a ella e invita a los fieles a estimarlo
y no temerlo: “El ayuno oprime a los enemigos de nuestra salvación y es
temible para los enemigos de nuestra vida, Es menester amarlo y abrazarlo sin
tener miedo de él. De lo que debemos asustarnos es de la embriaguez y de la
glotonería, no del ayuno. Aquellas nos atan las manos, haciéndonos siervos de
las pasiones y del señorío de la violencia. El ayuno, en cambio, al
encontrarnos como auténticos siervos encadenados, nos libera de la esclavitud y
nos devuelve al estado de la libertad.” (Homilía V punto 2).
d. Arma de la limosna
A la
hora de sintetizar lo que había sido la vida de Cristo, el Apóstol Pedro dijo
que Jesús pasó haciendo el bien (Hch 10, 38). Este bien consistió en perdonar a
los pecadores, curar a los enfermos, consolar a los tristes y atraer a hombres
y mujeres, a todos, al reino de Dios. Consta que Jesús y su grupo tenían una
bolsa común en donde echaban los donativos que les daban y de donde socorrían a
los pobres (Jn 13, 28). La limosna era muy estimada por Jesús que la
practicaba, como queda dicho, y la inculcaba a sus discípulos: “Dad
limosna según vuestras facultades, y todo será puro para vosotros” (Lc 11,41); y también: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro
Padre se ha complacido en daros el reino. Vended vuestros bienes y dadlos en
limosnas; haceos bolsas que no se agotan, un tesoro inagotable en el cielo,
donde el ladrón no entra ni la polilla roe. Porque donde está vuestro tesoro,
allí estará vuestro corazón.” (Lc 12,
33-34).
Pero
a Jesús no sólo le preocupaba que sus discípulos fueran caritativos, generosos
y desprendidos y dieran limosnas sino que también le preocupaba el modo en que
esta limosna se daba. Jesús detestaba el modo de dar limosna que tenían los
fariseos y se lo señaló claramente a sus discípulos: “Cuidad de no practicar
vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre Celestial. Por tanto, cuando
hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los
hipócritas en las sinagogas y en las calles con el fin de ser honrados por los
hombres; os aseguro que ya han recibido su paga, Tú en cambio, cuando hagas
limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, y así tu limosna
quedará en secreto, y tu Padre, que ve lo secreto, te lo pagará” (Mt 6, 1-4).
4. Conclusión
Ofrezco
modestamente estas reflexiones al clero, religiosos y fieles de nuestra Diócesis
con la sola intención de animarles a vivir intensamente la Santa Cuaresma.
Invito a todos a confesar, a recibir la sagrada comunión cada domingo, y a los
que puedan, a acudir cada día a la santa misa, e impregnarse del mensaje que
sus oraciones y lecturas contienen para todos nosotros.
Que el Señor
os bendiga como yo os bendigo afectísimamente en el Señor. Encomendaos a la Virgen María, Madre y
Refugio de los pecadores.
+José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez