A todos
los fieles diocesanos
Queridos
hermanos en el Señor:
Celebrando
aún la elección de nuestro Papa Francisco nos disponemos a vivir intensamente
la Semana Santa en este proclamado Año de la Fe, un tiempo de reflexión, de
conversión y de renovación. Un año en el que hemos sido invitados a entrar por
la 'puerta' de la vida verdadera que es Cristo. Y el primer paso en esa vida es
descubrir el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, que viene al mundo y se
ofrece en la cruz como precio y rescate a favor de la humanidad.
Este Año
de la Fe será fructífero si nos abrimos a la acción salvífica
del Señor, aceptando su gracia redentora y respondiendo con una actitud
de sincera y humilde conversión, pues el Buen Pastor ha muerto por todas sus
ovejas para que también nosotros estemos dispuestos a dar nuestra vida por los
hermanos.
Este año
ha de servir para que todos nos esforcemos en vivir, con auténtico sentido
cristiano, el Misterio Pascual. Es decir, celebrar la Pasión, Muerte y
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, para que fortalezca nuestra fe y así,
recobrada la alegría y la esperanza, podamos responder a los desafíos que, en
tantos ámbitos nos presenta la sociedad actual.
Y para
vivir la Semana Santa pienso que en este año nada mejor que seguir la
recomendación que se nos hace en la Cara “Porta
Fidei” y contemplar a María.
Por la fe, María acogió la palabra
del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia
de su entrega (cf. Lc 1, 38)… Con la misma fe siguió al Señor en su predicación
y permaneció con Él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó
los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su
corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el
Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4) (C.AP. 13).
Junto a María viviremos con fe el
Triduo Pascual, atravesando el pórtico del Jueves Santo, celebrando la Santa
Misa in Coena Dominis, donde haremos
memoria de lo que sucedió en el Cenáculo de Jerusalén aquella noche del Jueves
Santo.
Atravesado
el pórtico, celebraremos los oficios sagrados del Triduo Pascual. Y para ello,
hemos de ponernos en espíritu de oración y de fe, recogernos espiritualmente,
abrir bien el corazón y orar en unión con María, como Madre de la Iglesia y espejo donde todos
debemos encontrar la imagen del verdadero seguimiento del Señor. Para celebrar
más intensamente esos misterios os invito a escuchar y aplicar a vuestra vida
personal las últimas palabras de Jesús, el testamento que nos dejó el Señor
para ayudarnos a recorrer bien el camino de la vida y trabajar por devolver a
la historia el rostro de la nueva humanidad, nacida en el Misterio Pascual.
Os animo a
adorar la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, pues es a sus pies donde entendemos
bien las palabras por Él pronunciadas en su vida terrena: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn
15,13). Cristo efectivamente, dio su vida, pues nadie podía privarlo de ella en
contra de su voluntad. «Nadie me la
quita, yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18). Un hombre no puede mostrar
mayor amor por sus amigos que dando la vida por ellos. Y no sólo por sus
amigos, sino también por sus enemigos, los pecadores, para hacerlos –hacernos-
sus hermanos y co-herederos y conjuntamente poseedores con Él de la alegría eterna
en el Reino de los Cielos.
Acudamos
con María, figura de la Iglesia, al Calvario para ser testigos de cómo Jesús
muere en la serenidad de una fe que consuma su destino, respirando oración y
confianza. La última palabra que el mundo escucha de sus labios moribundos
antes de morir será... PADRE... ABBA... PAPA. Enseñándonos que morir –para el
cristiano- es acurrucarse con Cristo
Jesús en el regazo de Dios. Morir es caer blandamente en las manos del Padre.
Porque el cielo es eso: los brazos del Padre. Nuestro cielo es sentir su
Paternidad: “Padre en tus manos
encomiendo mi Espíritu”. Y expiró desplomándose todo su cuerpo llagado.
Cinco llagas. Cinco fuentes de vida y de Gracia.
Como
afirmaba Su Santidad, nuestro recordado Obispo emérito de Roma, Benedicto XVI,
en la Carta Spe Salvi:
“En el momento extremo, Jesús deja
que su corazón exprese el dolor, pero deja emerger, al mismo tiempo, el sentido
de la presencia del Padre y el consenso a su designio de salvación de la
humanidad. También nosotros nos encontramos siempre y nuevamente ante el «hoy»
del sufrimiento, del silencio de Dios —lo expresamos muchas veces en nuestra
oración—, pero nos encontramos también ante el «hoy» de la Resurrección, de la
respuesta de Dios que tomó sobre sí nuestros sufrimientos, para cargarlos
juntamente con nosotros y darnos la firme esperanza de que serán vencidos (cf.
Carta enc. Spe salvi, 35-40).
Vivamos
junto a María nuestra participación en el Misterio Pascual que se da a través
de la celebración litúrgica del Triduo Santo, referente ineludible de la vida
cristiana, y llevemos allí los dolores y alegrías de nuestra vida, de la
Iglesia y del mundo; renovemos nuestros compromisos bautismales, y compartamos
la victoria de Cristo Resucitado en la Eucaristía.
Y sobre
todo no olvidemos que la Vigilia Pascual es el momento álgido, el momento más
significativo de nuestra vida de fe, es el centro de la iniciación cristiana,
la noche de Pascua es la noche de nuestra salvación.
Preparémonos
para escuchar la Buena Noticia que resonará como himno de victoria: ¡Cristo ha
resucitado¡ La muerte y el mal no tienen la última palabra, sino la Verdad y el
Bien, Dios mismo. Dispongámonos a entrar en este tiempo de alegría y de fiesta.
Pidámosle
a la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la primera, según piadosa
tradición, en ver a su Hijo resucitado, que por su poderosa intercesión nos
conceda la gracia de experimentar en la propia vida la resurrección gloriosa de
Cristo, que es también la nuestra. ¡Feliz
Pascua de Resurrección!
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José Mazuelos Pérez
Obispo
Asidonia jerez