viernes, 6 de abril de 2012

TRIDUO PASCUAL

Artículo de Mons. José Mazuelos Pérez en Diario de Jerez, 5 de abril de 2012

Con la Misa solemne –In Cena Domini- de la tarde del Jueves Santo entramos en el Triduo Pascual, en el que la Iglesia vive, de forma litúrgica, pero real, el Misterio Pascual de la bienaventurada pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
El Triduo Pascual, es algo más que un mero recuerdo de los últimos días de Jesús o un aniversario de su muerte; es la celebración cristiana -sacramental y comunitaria- de lo que constituye la esencia del cristianismo, o bien el núcleo más profundo de nuestra fe. Es esperanza de vida plena, de amor total y de verdad completa, basados en el triunfo de Cristo que supone la victoria sobre el mal y su repercusión en lo que atañe a nuestra naturaleza en cuanto pecado, sufrimiento, enfermedad y muerte. Las fuerzas del infierno han sido derrotadas y el triunfo del Señor avanza a lo largo de la Historia hasta su momento final.
Esos tres días, que comienzan con la Misa vespertina del Jueves Santo y concluyen con la oración de vísperas del Domingo de Pascua, forman una unidad, y como tal deben ser considerados. Las diferentes fases del misterio pascual se extienden a lo largo de los tres días como en un tríptico: cada uno de los tres cuadros ilustra una parte de la escena; juntos forman un todo. Cada cuadro es en sí completo, pero debe ser visto en relación con los otros dos. La unidad del misterio pascual tiene algo importante que enseñarnos. Nos dice que el misterio del dolor es seguido por el gozo, porque ya lo presupone y contiene en sí. Jesús expresó esto de diferentes maneras. Por ejemplo, en la Última Cena dijo a sus apóstoles: " …estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría" (Jn 16,20). "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). La metáfora de los dolores de parto de la mujer y la alegría del hijo nacido al mundo, (Cf. Jn 16, 21s) lo expresa maravillosamente.
Al mismo tiempo, el Misterio Pascual que celebramos en los días del
Sagrado Triduo encierra en sí el contenido profundo y la luz que debe iluminar toda nuestra vida. En ella están entretejidos el gozo y el dolor. Huir del dolor y las penas a toda costa y buscar el gozo y el placer por sí mismos son actitudes equivocadas; comprensibles pero infecundas. El camino cristiano es el camino iluminado por las enseñanzas y ejemplos de Jesús, que podemos vivir gracias a que El está resucitado. Es el camino de la Cruz –inevitable en esta vida y contexto actual-, pero es también el camino que lleva a la resurrección; es olvido de sí, es perderse por Cristo, es vida que brota de la muerte:  “el que busque su vida la perderá; mas el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la encontrará” (Cf Mt 16, 25).
El Jueves Santo, pues, verdadero pórtico de la Pasión y de todo el Misterio Pascual, se celebra lo que Jesús vivió en el Cenáculo: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva» (1 Cor 11,26). Es decir, la víspera de su pasión, se entregó a sí mismo como don a la Iglesia, instituyó el sacerdocio ministerial y dejó a sus discípulos el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. Las lecturas de este día evocan la entrega de Jesús que llevará a plenitud la pascua vivida por el pueblo de Israel, ofreciendo su cuerpo en lugar del cordero (2ª lectura) y proclamando el lavatorio de los pies como un mandato de servicio humilde entre los hermanos (evangelio).
La presencia eucarística del Señor, prolongada en la adoración en el monumento expresa que  Jesús quiso quedarse con nosotros, haciéndose nuestro alimento de salvación.  Es ése el motivo de que después de la Santa Misa velemos en oración contemplativa, adoradora y doliente con el Señor, cumpliendo el deseo que Él manifestó a los Apóstoles en  el  huerto de los Olivos: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt 26, 38).
 El Viernes Santo se centra en el misterio de la Cruz. La liturgia de este día es austera y sobria, no exenta de majestad. La celebración se centra en el misterio que envuelve al madero santo; es decir, la inmolación del Cordero que quita el pecado del mundo. Cantaremos «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo» para después también poder entonar: “Victoria, tú reinarás, Oh Cruz, tú nos salvarás”
La alusión al árbol del paraíso es clara: el fruto de aquel árbol produjo la muerte, el fruto de la Cruz es la Vida misma. La adoración de la Cruz nos permitirá comprender con más profundidad la misericordia infinita de Dios. Al someterse conscientemente a ese inmenso dolor, el Hijo Unigénito del Padre se hizo anuncio definitivo de salvación para la humanidad y ha abierto para nosotros el camino de la esperanza –como nos dice el Apóstol- que “no defrauda” (cf Rm 5,5).
Llegamos así a la Pascua, luz que alumbra todo el misterio de amor vivido en la Pasión y muerte de Nuestro Señor.  En la liturgia de la Vigilia Pascual, la Iglesia nos hace contemporáneos y partícipes del gran acontecimiento de su victoria. Cristo resucita hoy, y este acontecimiento es actual, no es un recuerdo de algo pasado. Todos los que velaremos en esa Noche Santa experimentaremos cómo Cristo nos introduce en su propia Pascua, en su propio paso de este mundo al Padre.
Primero el rito de la luz levantará el cirio pascual en medio de la asamblea como signo Cristo, Luz del mundo. La liturgia de la Palabra, más rica y abundante en esa noche, abrirá para nosotros el arco de la historia de la salvación culminada en la plenitud de los tiempos con la victoria de Cristo Resucitado. Después, la renovación de las promesas bautismales, renovará nuestra pertenencia a Cristo.
El momento culminante de esta noche de gracia será cuando tomemos el cuerpo de Cristo y bebamos de la fuente de vida que brota de su Corazón traspasado, recibiendo en nosotros mismos a Jesús resucitado. Dios está vivo no sólo en el pasado, sino también en el presente, y en un futuro eterno. Así nos lo dice la Escritura: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” Heb 13, 8) .
 Con la certeza de que María Santísima, que siguió fielmente a su Hijo hasta la Cruz, nos acompaña también a nosotros, después de contemplar juntamente con ella el rostro doliente de Cristo, esperemos gozar de la luz y la alegría que irradia el rostro esplendoroso del Resucitado.
Preparémonos, por tanto, a vivir intensamente estos tres días santos, para después escuchar con alegría el grito de victoria de toda la Iglesia: ¡Cristo ha resucitado¡ El mal no tiene la última palabra, sino el Amor, y todo lo que el amor conlleva: verdad, justicia, alegría…. ¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!